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Hacia el Auquishmarka

2018

La muerte es un hecho irremediable que todos en algún momento enfrentamos. Por ello, en todo tipo de culturas, más allá de cualquier afinidad religiosa, el ritual funerario se hace presente.
 

El mundo andino, alimentado de tanto misticismo, acoge a la muerte como una transición o un camino por recorrer antes de que el difunto se despida de este mundo. Las tradiciones orales nos cuentan los nuevos caminos que recorre el espíritu, que cruza montañas y ríos y se encuentra con seres mágicos y se reencuentra con quienes le antecedieron. Mientras, los que permanecemos en vida, los familiares y seres allegados, realizamos una serie de ritos para despedir al muerto y ayudarlo en su camino. Distintas comunidades comparten una serie de tradiciones, desde el velorio del cuerpo presente, acompañado por símbolos (como flores, cantos o acciones específicas) hasta que el cuerpo, siempre acompañado por la comunidad, es llevado al cementerio donde se realiza su entierro. Pero los ritos no finalizan con el despido del cuerpo, pues una vez que este se halla bajo tierra empiezan los ritos para despedir al espíritu, que aún se mantiene cerca de nosotros recogiendo los pasos que dio en vida. Este es imperceptible a nuestra vista, pero se manifiesta a veces reencarnado en insectos, como una sombra en las noches, o mediante el viento que nos permite escucharlo. Es así que el tiempo en vela finaliza una semana después con el velado de las prendas, colocadas tal cual en vida. Tras el velado de las ropas durante una noche, en la que se le sirve la comida favorita al fallecido, pues regresa para finalizar su camino con los vivos, se colocan además
cenizas en el piso donde, se cuenta, quedan grabados sus pasos como huella de su regreso. Las ropas son llevadas al río para ser lavadas, finalizando el rito, es decir el tránsito de vida a muerte, a través del agua.

 

El nuevo ritual propuesto, heredado de la cultura andina, se presenta como una alegoría del acto fotográfico en la toma estenopeica: a modo de rito, regreso al pueblo de donde proviene mi familia, como recreación de la acción de recoger los pasos de mis ancestros fallecidos registrando el proceso mediante la cámara oscura. Para contextualizar el proyecto y las imágenes, estas se apoyan en conjunto a la voz contenedora del rito, una costumbre que se va perdiendo, donde los actos del rito se vinculan con el acto fotográfico, acompañado de la bitácora personal que guarda los detalles de cada exposición para completar el imaginario que la fotografía velada no permite leer.

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